Viernes, 02 Abril 2021 13:06

Los Cristos de Malvinas

Por Enrique Momigliano

Viernes, 2 de abril de 2021

Es 2 de abril y es Viernes Santo. Se produce el inevitable encuentro, en el mismo centro del alma mía, de dos sentimientos muy fuertes.

Por un lado mi Fe percibe un duelo, el más doliente de la humanidad, el día que nos enrostra sin excusa alguna nuestro atraso espiritual. Votamos por el ladrón Barrabás, le salvamos la vida y condenamos a quien era todo Amor, su expresión más perfecta, a una muerte tremenda. Por segunda vez nos negamos el paraíso, con Adán lo perdimos y un Viernes Santo asesinamos a quien vino a devolvernos a él. La humanidad no tiene peor enemigo que si misma y aquí tenemos la pandemia para demostrarlo, una vez más. Es un día de silencio, luto y también de reflexión muy íntima acerca de lo que somos, lo atrasado que estamos y todo el trabajo que tenemos pendiente en nosotros mismos.

Por otro lado mi sentimiento patriótico está de fiesta. El 2 de abril significa la recuperación de las Islas Malvinas, el punto final de una injusticia ilegal mantenida por 150 años gracias al derecho de las bestias: la fuerza. Representa el hecho histórico más importante del siglo XX en el devenir de nuestra Patria, del que fue parte la gran mayoría de la sociedad.

 

 

El infame relato de la ocurrencia de un general extraviado tiene miles de imágenes que lo destruyen, miles de declaraciones – incluso de los mentirosos de hoy- que lo contradicen, dos plazas de mayo llenas que lo desmienten, un fondo patriótico desbordante que lo niega y una interminable lista de voluntarios que lo incinera. Las Fuerzas Armadas las recuperaron junto con los soldados conscriptos, pero detrás de ellos, apoyando, donando, escribiendo miles de cartas, armando encomiendas, orando, anhelando, esperando y sufriendo, había todo un pueblo, unido como nunca se lo vio antes y como, muy tristemente, jamás se lo vio después. Fue el único acto anti-imperialista de verdad en que la Patria comprometió su mejor esfuerzo, sus mejores hombres, desde la batalla de la Vuelta de Obligado.

Después hubo errores, infinidad de ellos, la mayoría políticos y diplomáticos, pero también militares que llevaron a una derrota, que la política con sus infames acuerdos de Madrid agravó seriamente y cuyas consecuencias aún padecemos. Empero ello en nada empaña la gesta, el acto, el grito de BASTA del 2 de abril.

Seguramente en estos 39 años que nos separan de aquella augusta fecha, habrá habido otra ocasión en que coincidiera con el Viernes Santo. Yo no la recuerdo. Alguna vez sé que coincidió con los feriados de Semana Santa porque supo restarle concurrencia a los actos en una sociedad, crecientemente banalizada y frívola, que ha hecho de las fechas solemnes una ocasión de turismo. Pero Viernes Santo no tengo en memoria.

Mi yo profundo quiere conciliar ambos sentires y no obstante lo difícil que resulta, el puente, la respuesta, la salida me la brinda el mismísimo Jesús, según nos relata Juan en su Evangelio: (15:13)

“Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. “

Como para gritar Eureka y correr desnudo por las calles. Esa es la clave, la respuesta, el sentido de la coincidencia. Todos los que combatieron en Malvinas, dieron cada uno en su medida, su vida por sus amigos. Algunos la dieron completa, son los héroes que no volvieron, muchos dieron brazos, piernas, vista, sueños y capacidades futuras, otros dieron sus amigos queridos que no pudieron regresar con ellos. Pero todos dieron su vida, porque su vida después no pudo ser la que pensaron, la que soñaron, la que imaginaron tanto ellos como sus padres, esposas, hijos, novias, hermanos, maestros y

Cientos la dieron completa después, en la soledad de la angustia por no soportar la culpa de haber sobrevivido, por no encajar, por sentirse rechazados en una sociedad que les dio la peor de las espaldas, la de la indiferencia y el silencio. Y el recuento no acaba allí. También dieron su vida por sus amigos los familiares y amigos de quienes no volvieron y de quienes volvieron amortajados en pesadillas. Su vida tampoco fue después la que soñaron, la que anhelaron, la que imaginaron.

Hubo por siempre un espacio vacío, una silla desocupada, una foto ante la cual llorar. Ese inmenso sacrificio, el cual es comparable al del Viernes Santo sin temor a ser acusado de hereje ( creo que ya no hay inquisidores afortunadamente), es un acto de amor mayor y así debería ser recordado. Se sacrificaron por quienes quedamos por aquí, por los que no nos tocó tan de cerca, por quienes juramos la bandera pero no tuvimos aún ocasión de honrar debidamente dicho juramento, como hicieron ellos. Por eso estamos en deuda permanente, como lo estamos con Jesús.

Cada uno de nosotros debiera hacer algo por ellos, lo que esté a su alcance, lo que pueda. Escucharlos, acompañarlos en sus actos, apoyarlos en sus luchas, darles un abrazo, regalarles nuestra cercanía y amistad, elevar una oración, todo vale y mucho, tanto como hacer un libro con sus memorias, que fue el aporte que a Dios gracias, pude hacer yo. Oportunidad que agradeceré por siempre porque me brinda cierta paz de conciencia que antes no tenía. Ellos dieron su vida por mí y yo no había hecho nada por ellos.

Su sacrificio nos interpela diariamente y nos pide más, algo más, algo no tan difícil pero que en este tiempo ingrato que vivimos parece imposible. Los héroes, los veteranos y sus familiares y amigos, para que su acto de amor no haya sido en vano, nos urgen a hacer lo imprescindible para que la Patria brille nuevamente, para que la bandera por la cual se sacrificaron flamee orgullosa de extremo a extremo de nuestro territorio soberano.

Porque ello también resulta necesario para sostener nuestra pretensión sobre las Malvinas. No tenemos autoridad, ante todo moral, para reclamar su devolución legítima, si somos un país siempre en crisis, siempre pobre, siempre dividido, siempre enfrentado, siempre al borde de la violencia y la consecuente disolución.

Otra vez la respuesta en este Viernes Santo, coincidente con el 2 de abril, la tiene Jesús, el mayor maestro de la humanidad, unos párrafos más abajo del mismo Evangelio de Juan (15:17):

“Esto os mando: Que os améis unos a otros”

Es tiempo más que suficiente para empezar a obedecerle, por ÉL y por nuestros cristos de Malvinas, que así como vigilan nuestras islas, también nos miran a nosotros. La verdad que hemos ya hecho demasiado para que sientan vergüenza ajena, estamos a tiempo, corrijámonos a partir de hoy.

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